viernes, 11 de mayo de 2012

¿Qué escuchás cuando te hablo?

Teléfono mediante, con una amiga quedamos en encontrarnos en una conocida cadena de confiterías de la capital para concluir con una exposición que teníamos asignada, a la que habíamos acordado llamar “ La escucha”. Definimos día, hora, lugar y hasta hora de comienzo y final porque al ser un sábado teníamos otros planes en nuestras agendas de fin de semana. Por aquel entonces, unas cinco cuadras nos declaraban “vecinas” de barrio.
Llegó el día y a la hora señalada, allí me encontraba. Al entrar, observé cada mesa ocupada por múltiples grupos de personas. Algunas parecían muy concentradas en sus conversaciones, otras caras manifestaban alegría, entusiasmo, compenetración, preocupación….
Comencé a buscar a mi amiga con la mirada, en un recorrido algo apurado. En pocos segundos me dí cuenta que no estaba allí. Miré el reloj y luego a cada mesa nuevamente, con mayor detalle a cada persona. No estaba allí. Me tomé un segundo para recordar nuestro acuerdo y traje a mi mente aquella conversación telefónica en la que efectivamente quedamos en encontrarnos allí ese día, a esa hora y en ese lugar.
Automáticamente tomé mi teléfono móvil y al llamarla, escucho que dice; estoy arriba, en dicha confitería. Entonces subí con el teléfono abierto para no perder más tiempo, y chequear en vivo y en directo sus indicaciones para encontrarla y por fin hacer nuestro trabajo. Mi respuesta seguía siendo negativa, no la veía y seguíamos sin encontrarnos. Sonaba gracioso sus descripciones para encontrarla, aunque sin éxito. Ya estábamos quince minutos avanzados de la hora de inicio acordada. De pronto preguntó:
-¿en qué sucursal estás?
- En Avenida Lacroze, contesté con naturalidad (a tres cuadras del radio de nuestra vecindad), a lo que ella muy sorprendida respondió:
- Estoy en la sucursal de Maure, en el primer piso.
- Ok!
Hacía allí me dirigí tomando nota de la dirección exacta.
Habían transcurrido treinta minutos del horario acordado para terminar con nuestro trabajo y  aún sin comenzar.
Por fin nos encontramos y nos preguntamos ¿qué pasó? ¿Cómo es posible haber tenido semejante desencuentro para juntarnos a armar una presentación que desarrolle los elementos que componen “La Escucha”?

¿Qué es Escuchar? ¿Escuchar es un arte? ¿De qué depende que lo que diga sea interpretado por mi interlocutor tal cual es lo que quiero decir?
Biológicamente todos contamos con dos oídos que, en algunos más, en otro menos, nos permiten registrar sonidos. No es lo mismo oír que escuchar.

Para escuchar es necesario establecer una conversación. Aunque cuántas veces esta conversación sucede en mayor medida con nosotros mismos mientras que nuestro interlocutor emite palabras, frases, expresiones, declaraciones, afirmaciones, pedidos, ofertas, reclamos, críticas, juicios, etc.  Podríamos llamar a esta conversación que mantenemos con nosotros mismos nuestra “conversación privada”. Nuestro “pájaro loco”, “disco rallado”, “Mono loco”.
Al generar una conversación con la otra persona podemos decir que estamos frente a “conversaciones públicas”, que en definitiva es lo que elegimos decir de todas nuestras conversaciones privadas.

Entonces, cuando escuchamos, ¿qué escuchamos? ¿Cómo lo hacemos? La experiencia del desencuentro con mi amiga fue que al escuchar, supuse. Me guíe por la interpretación de mi contexto. El entusiasmo de su tono de voz confirmaba lo que estaba pensando (acuerdos de obviedad).

Hay otros condimentos que se suman al arte de escuchar, que no es solo oír sonidos, sino de recibir lo que se trasmite con todos los sentidos. El arte de escuchar es percibir (el contexto, lo que observo de mi interlocutor; su cuerpo, sus gestos, sus tonos de voz, etc.), más interpretar (según mi historia, el significado que asigno a las palabras). El arte de la Escucha es verificar lo que percibimos, por más simple y a veces obvio que parezca, es indagar, preguntar, chequear, y compartir nuestras interpretaciones de lo escuchado. Es lo que nos permite achicar las distancias que se generan en las conversaciones públicas entre lo que se dice y lo que se escucha.

Un ejemplo de estos acuerdos de obviedad se puede dar cuando escuchamos a nuestra madre/esposa/marido decir:
-no hay nada en la heladera.
Y en su conversación privada decir,
-“hay que comprar lácteos, carnes y frutas”.
Acto seguido, al no tener respuesta, decir:
-en que hablo, ¿en chino? ¿Escuchan que dije no hay nada en la heladera?!!!!!!

Cuántas veces en situaciones tan cotidianas por no ejercitar la Escucha generamos malos entendidos, perdiendo tiempo, recursos, cambios de emociones, por un supuesto acuerdo de obviedad sin haber chequeado antes de cerrar esa conversación que lo que dije ha sido interpretado de igual modo para el otro.

Vanesa Amenabar

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